― Estoy seguro. Completa, enteramente, cien por cien seguro. ― Inclina la frente hacia
abajo para apoyarla contra la mía y me acerca más. Su piel, todo su ser, desprende calor por
estar tan cerca del fuego, y cierro los ojos, empapándome en su calidez. Aspiro el olor a cuero
húmedo de nieve y humo y manzanas, el olor de todos esos días de invierno que
compartíamos antes de los Juegos. No intento apartarme. ¿Por qué debería, además? Su voz
es apenas un susurro. ― Te quiero.
Ese es el por qué.
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